La Fundación Panamericana para el Desarrollo, en el marco del proyecto “Asistencia humanitaria y acceso a derechos en favor de personas colombianas desplazadas y refugiadas producto del conflicto armado colombiano”, realizó una intervención en una de las provincias de la frontera norte ecuatoriana en donde tuvimos la oportunidad de conocer a Marina (nombre protegido), una persona colombiana refugiada víctima del conflicto armado, quien vive ya más de 40 años en Ecuador, con quien conversamos y nos contó su historia.
Frente a la pregunta: ¿Quién es Marina? Describe una perdida relevante a sus seis años, cuando su padre falleció de cáncer de estómago (eso se presume). Se nota desde el comienzo que la vivencia de la persona está matizada por la melancolía y ausencia de esta figura paterna. Comenta que fue la séptima hija de nueve en total. Tiene recuerdos de que tanto su abuela materna como su madre era mujeres “de hacha y machete”, para hacer referencia a que se encargaron del cuidado de todos los hijos e hijas y del trabajo duro del campo. Además, menciona que desde bien temprano tuvo que trabajar debido a la pobreza de la familia. Comenta que tuvo una madre ejemplar y a pesar de todo lo que vivió, no le dio padrastro.
Desde muy niña Marina estuvo muy de cerca a la guerrilla, pues donde vivía era parte de su diario convivir. Pero no fue hasta su adultez en el que fue afectada de manera directa ya que debido a la violencia ella tuvo que migrar varias veces a otras ciudades dentro de Colombia en donde perdió a su segundo marido quién fue víctima de asesinato de los grupos armados. De forma involuntaria, Marina se vio obligada a ingresar a Ecuador en donde abrió un pequeño comedor para poder mantener a sus hijos, sin embargo, era común que miembros de la guerrilla consumieran en el comedor sin pagar. Meses más tarde, otra luz en la vida de Marina se apagó puesto que su hermano fue asesinado al igual que su marido.
El profundo dolor que sentía por la muerte de su hermano causó que Marina grite e insulte a los guerrilleros que visitaban su comedor. Esto fue tomado de mala manera y al siguiente día, le secuestraron y le llevaron hasta sus campamentos, montaña adentro. Menciona que sí le dieron comida y que no le trataron “tan mal” como esperaba. Su familia había recibido noticias de que Marina había sido asesinada y que no le esperen más. Un día mientras estaba atada en el campamento, una guerrillera se acercó a comer con ella y le propuso escapar. Sin embargo, Marina sabía que, si escapara y fuese posteriormente localizada, no serviría de mucho tal hazaña. En este sentido, decidió hacer otra acción: pidió hablar con el comandante a cargo y llenándose de valor y coraje le dijo: “si me va a matar, hágalo y sino déjeme libre, yo no he hecho nada malo”. Refiere: “En ese momento sentí que perdí el miedo. Este hecho de valentía fue suficiente para que el comandante decida en aquel momento, liberarle. Le pidieron que se vista, que coma y le acompañaron hasta un lugar abandonado en donde le indicaron el camino y le advirtieron que no regresara más. Comenta que todo su ser experimentó una sensación de des-realización ya que no podía creer que había sido liberada. Indica: “cuando me liberaron me volvió el alma a la vida.” Siguió el camino y pronto encontró una casa en donde le guiaron como regresar a La Punta. Tomó la gabarra y a lo lejos vio a su tercer esposo en el muelle (ahí trabajaba) y cuando se reconocieron, sobraron las palabras, faltaron los abrazos y la explosión de alegría de todo el pueblo ante el regreso, se hizo manifiesto. Refiere que todo el pueblo salió a su encuentro entre lágrimas e incredulidad ante tan grande sorpresa (todos para aquel entonces pensaron que Marina estaba muerta).
Después de esta pesadilla, Marina se mudó a la localidad en donde reside actualmente. En este pequeño poblado creó una asociación con la cual a ayudad a muchos colombianos a que obtengan su cédula de referencia, ella menciona que son alrededor de 1500. El arduo trabajo que Marina ha realizado en la asociación además ha dado techo y comida a sus compatriotas.
Marina nos contó que han sido pocas las organizaciones de las cuales la asociación ha recibido acompañamiento a distintos niveles y en la entrevista se permite agradecer a PADF porque es una organización que viene de lejos, ha mirado las necesidades, ha fortalecido las capacidades de los miembros en varios temas y ha contribuido al mejoramiento de las condiciones de vida de este grupo humano. Se muestra agradecida y dignificada con la intervención realizada y se muestra abierta para posibles y futuras nuevas acciones colectivas.
Antes de despedirse, Marina nos pidió brindar un mensaje a todas las personas Colombianas Refugiadas Víctimas del Conflicto Armado:
Todos los colombianos, todos los extranjeros que estamos en Ecuador tengamos muy presente que a este país hemos venido a trabajar, a luchar con la frente en alto, honestamente, honradamente sin hacerle daño al país, a pesar que venimos de un país que tanto daño hemos sufrido pero aquí debemos recuperarnos y vivir en armonía con nuestro país, nuestros hermanos ecuatorianos, que vivamos en paz ayudando a la gente a afrontar situaciones de economía, de enfermedades y de muchas cosas que se presentan en nuestra vida y seguir adelante con un pie hacia el frente, mirando los ojos al cielo pidiendo a nuestro padre que nos dé fortaleza y valentía para seguir adelante.
Y que decir que soy una mujer echada para adelante, una mujer guerrera a pesar de mis años, no me caigo de la noche a la mañana ni del frío ni del calor solo estoy parada al frente en medio de todo esto, y decirle a todas las compañeras, amigos, amigas, también ecuatorianos, que hay que aprender a sobrevivir, hay que aprender a echar hacia adelante, hay que aprender a mirar al frente, no discriminar a nadie, no deshonrar a nadie, no criticarle a nadie, sino aprender a vivir, ayudar, a poner una mano sobre las personas que necesiten."